miércoles, 24 de septiembre de 2014

Publicado.

Els nens adoptats a la xarxa pública de salut mental
Los niños adoptados en la red publica de salud mental.

M. Rius Ruich

Butlletí Inf@ncia nª. 80, Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència. G. de Catalunya

Original en catalán



Los niños adoptados en la red publica de salud mental.
Traducción.SSB

La adopción ha sido y seguirá siendo una necesidad de las sociedades humanas, también presente en otras especies del reino animal. Desde las primeras décadas del siglo XX, es una medida de protección de la infancia, en el sentido  de que vela por el derecho de los niños a ser cuidados en todos los ámbitos por unas figuras adultas referentes, capacitadas para hacer de padres, en un hogar estable. La mayoría de las personas adoptadas consiguen integrarse a la nueva familia y desarrollarse dentro de los parámetros que consideramos adecuados a nuestra sociedad. Sin embargo, no quiere decir que no surjan problemas, que por otro lado son previsibles y comprensibles si tenemos en cuenta las experiencias vividas por estas personas antes de la adopción –a menudo dominadas por pérdidas repetidas y carencias graves, especialmente en el ámbito afectivo y relacional- y, en cualquier caso, por el hecho  de que tienen que elaborar su condición de adoptadas.

Los niños y adolescentes adoptados presentan más problemas psicológicos si los comparamos con la población infantil y juvenil no adoptada. D. M. Brodzinsky (1) concluyó a través de sus instigaciones que, si bien los menores adoptados suponen entre un 1 y un 2% de la población menor de dieciocho años –proporción similar a la que actualmente encontramos en Cataluña–, casi el 5% reciben psicoterapia como pacientes externos; entre un 10 y un 15% están en centros residenciales de tratamiento y hospitales psiquiátricos; y entre un 6 y un 9% están identificados en el sistema escolar como afectados por problemas de percepción , neurológicos o emocionales.

Nuestra experiencia en el Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil (CSMIJ) de la Fundación Eulàlia Torras de Beà viene a confirmar algunos de estos resultados. En una investigación realizada por Núria Beà y Montse Ríes en 2012 (2), en la cual se revisaron las primeras visitas atendidas al servicio en 2009 al 2011 –ambos incluidos–, se detectó que un 4% de consultas las realizaron familias adoptivas. En el 48% de los casos, el paciente identificado era un menor de  entre 6 y 7 años de edad, sin que la mayoría de estos casos se trataran de derivaciones por parte de los centros de Desarrollo y Atención Precoz que atienden niños de hasta 6 años de edad. Buena parte de ellos (un 66%) habían sido adoptados antes de los 3 años de edad, lo cual hacía pensar que la fase de adaptación y establecimiento de vínculos afectivos con la nueva familia había finalizado o estaba en proceso de hacerlo, mayormente con éxito. ¿Por qué consultaban entonces? 

A los 6 años, coincidiendo con el inicio de la educación primaria, hay un cambio importante en la exigencia escolar y también social, por lo cual  es más probable que a los menores adoptados los cueste responder debido a las experiencias vividas los primeros años, como ya se ha dicho, experiencias que favorecen  poco una buena evolución en todos los ámbitos. Las dificultades para responder a esta exigencia mayor motivan la mayoría
de las consultas. En el 20% de las familias atendidas, los padres hacían referencia a la fragilidad emocional y la inseguridad de fondo del hijo; otro 20% destacaban la irritabilidad y la conducta oposicionista, y un 42% explicitaban la elevada inquietud en el ámbito motriz o las dificultades de atención que hasta entonces, o bien no se habían hecho tan evidentes, o bien no habían generado todavía dificultades de aprendizaje. En la base de esta sintomatología pueden existir aspectos neurológicos, fruto de la posible desnutrición o estrés tóxico sufrido los primeros años de vid, los cuales han acabado malogrando el desarrollo del sistema nervioso Sin embargo, hay que tener en cuenta también como factores causales los que se derivan de aspectos relacionales y afectivos del niño.

Las investigaciones a través de técnicas de neuroimágen han permitido entender como se desarrolla el cerebro durante los primeros años de vida, y se ha comprobado que las alteraciones en las primeras relaciones de un niño con su cuidador principal también afectan la estructuración y la organización cerebral, además de dificultar el desarrollo de funciones psíquicas importantes (3). Cuando las primeras interacciones se han dado mayormente en términos de cuidados físicos o corporales (trato frecuente a las instituciones donde han sido criados buena parte de los niños que son adoptados en el extranjero), cuando no se le ha ayudado  a conocerse a si mismo, a pensar en él, en que le pasa y siente, ni se le ha calmado en momentos de frustración y malestar, el niño difícilmente podrá diferenciarse de manera sana del otro, ni tampoco que pasa entonces, con más probabilidad, a evacuar el malestar a través de actuaciones impulsivas, provocaciónes, autoagresiones y heteroagresiones , movimientos sin objetivo o somatizaciones. (4)

Cuando estos niños son adoptados, necesitan que los nuevos padres asuman funciones de mentalización y de contención, es decir, de comprensión de las emociones del hijo, para hacer un regreso adecuado que favorezca la reparación progresiva  de su capacidad de atención, de representación mental de sus diferentes estados emocionales y de simbolización de las experiencias que va viviendo. Y también es imprescindible que los padres le ayuden a pensar en emociones pasadas, ligadas a experiencias vividas que le han impactado y que forman parte de él, pero que están para entender, ordenar y asimilar. Me refiero a su historia previa a la adopción, en especial a su origen.

Esto nos lleva a abordar otro motivo por el cual la mayoría de consultas de las familias adoptivas al CSMIJ se efectúan cuando el hijo tiene entre 6 y 7 años de edad. Los niños adoptados pasan por diferentes etapas  en relación con la vivencia de sus orígenes. Hasta esta edad acostumbran a dar poca importancia y su visión respecto a ser adoptado es mayormente positiva. No obstante, el mejor conocimiento de lo que es la reproducción y el nacimiento, el desarrollo del pensamiento lógico y la capacidad de situarse en diferentes puntos de vista, les permite,  hacia los 6 años. empezar a entender qué significa ser adoptado. Pasan a unir esta condición con el hecho de haber tenido que separarse de los padres que le dieron la vida y con el de no haber nacido de los padres  a los que tiene y aprecio. Esto genera sentimientos de pérdida y abandono, de culpa, tristeza, rabia, inseguridad, y muchas veces, de miedo a un nuevo abandono  a pesar de se hayan establecido unos vínculos afectivos positivos y sólidos con los padres adoptivos. En definitiva, genera un sufrimiento intenso muy difícil de gestionar por él mismo. Nuestra experiencia es que buena parte de la sintomatología que lleva a la familia a consultar a un especialista –pasada la etapa de integración y establecimiento de vínculos- , tiene que ver con diferentes formas de expresión de las dificultades de elaboración de los orígenes, aunque pocas veces se asocia abiertamente a esta cuestión en la primera entrevista.

La exploración psicológica del niño adoptado permite constatar que la historia previa a la adopción ocupa una parte importante de sus pensamientos, como es natural en todas las personas adoptadas, a pesar de que no lo hable, no pregunte y aparentemente no lo piense; pero, a menudo han tenido que alejarlos de la conciencia o no los pueden poner en palabras ni con las personas más cercanas a ellos. Esto puede ser debido a las resistencias del mismo niño a conocer, pensar y conectar emocionalmente con su pasado porque intuye que será doloroso, lo cual lo lleva a poner en marcha mecanismos de defensa como la negación, la disociación o la racionalización.

También puede existir miedo a “traicionar” a los padres adoptivos hablándoles de los “otros” padres; en estos casos el niño  pensará a solas, razón por la cual no podrá recibir el acompañamiento y el apoyo imprescindible de los padres en esta cuestión. En otros casos, es el ambiente familiar el que no favorece la conversación, por el miedo de los padres a generar dolor en el hijo (cuando en realidad es el silencio el estropea la relación entre el hijo y ellos)) y por las propias dificultades de los padres para pensar en los orígenes del hijo.

Tengo que decir que muchas veces me ha sorprendido la capacidad de los niños de expresar, a través de las pruebas exploratorias, no solo hasta qué punto piensan en sus orígenes si no también la noción que ellos mismos  tienen de estar encallados en esta cuestión y de que esto les está perjudicando. Por ejemplo me he encontrado en varias ocasiones que, cuando se les anima a fantasear un relato de forma libre, explican la historia de un detective que tiene que investigar misterios, desapariciones, y que  tiene mucha dificultad porque ni su curiosidad ni su necesidad de saber son válidas. Aun así, sus relatos también suelen incluir personajes desvalidos, desorientados, perdidos en un entorno que les resulta amenazante y al cual tienen que enfrentarse a solas. En otros, los personajes tienen ganas de avanza r, de ver mundo, pero les es imposible moverse.

La intervención profesional tiene que incluir una orientación a los padres en este sentido, que les ayude a comprender que la manera en que  un niño adoptado va entendiendo y asimilando su historia, sus pérdidas, va muy unida a la manera de percibir el entorno, de mostrarse a los otros, de relacionarse, de pensar si mismo (autoconcepto), y también, está claro, de aprender. Es difícil que un niño avance en los estudios si no puede o no quiere avanzar en el conocimiento  y comprensión de sus orígenes.

Un grado de conocimiento y comprensión más alto de las razones (reales o posibles) que motivaron la separación de la familia biológica, así como otras posteriores, facilitan la reparación de estos aspectos. Pero también será imprescindible que los padres puedan empatizar con las emociones que este proceso irá generando en el hijo, sin querer minimizar aspectos que son importantes para él, pretender que los olvide o incluso que esté contento(5).


Cuando esto es posible, se ven fortalecidos los vínculos entre padres e hijos.
En ocasiones, también hay que proponer un trabajo de tipo psicoterapéutico que favorezca a los pacientes enlazar experiencias de vida, de forma que puedan dar un sentido global y puedan construir una historia de vida ordenada y ligada, para liberarlos de fantasías distorsionadas que les han venido impuestas o bien que ellos mismos han aprendido a relatarse. El niño adoptado tiene que poder sentir una continuidad entre quién era antes de la adopción y quién es ahora, para ir construyendo una identidad  más integrada, firme y positiva posible, necesaria para el buen desarrollo y salud mental de las personas adoptadas. 
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